Entre las Sombras (Fragmento)

 Prólogo


Lo Oculto, Octava Región (1990)

Jaime Ponce tenía la certeza que esa tarde podía irse todo al carajo. Podía resulta todo mal, muy mal. Lo sentía en el ambiente. Lo intuía, lo presentía, llámenlo como quieran. Lo cierto era que el misterio que lo había llevado hasta ese pueblo en el sur del país (obsesionándolo día tras día), ya estaba casi resuelto. Sin embargo, el sólo pensar lo cerca que estaba de encontrar lo que tanto buscó (las respuestas que tanto buscó), lo ponía más nervioso que nunca.

Detuvo su caminar un instante. Habían pasado tan sólo unos cinco minutos de marcha, desde que había terminado de hablar con el alcalde, aun así, estaba cansado. Tomó una bocanada de aire.

La cita que había tenido en aquella planicie, con la única persona que sabía más o menos lo que ocurría en aquel pueblo, había sido productiva, extraña pero productiva. Siempre desconfiaría de él. Desde que lo conoció supo que ocultaba algo, pero finalmente le había dado el dato que buscaba. No había tenido más remedio que confiar en él en esos momentos, y lo que más le angustiaba era el tener que haberle entregado a cambio un objeto preciado para él, que lo acompañó en cada investigación que había hecho hasta ahora. Era como una especie de amuleto, testigo de todas sus vivencias. Y ahora lo había entregado a un sujeto que apenas conocía.

(Confía, quizás al final de cuentas, él termine dándole un buen uso)

Un gran relámpago que iluminó todo el terreno lo sacó de sus pensamientos. La lluvia se dejó caer como un diluvio. Decidió enfrentar de una vez por todas la situación. Soltó la respiración y comenzó a trotar bajo la lluvia, directo hasta la cueva en la que se veía obligado a entrar si quería resolver todo este asunto. Sabía que allí se encontraría con lo que buscó por días, aquello siniestro, aquello extraño, aquello que había enfermado a algunas personas, sembrando preocupación entre los habitantes del pueblo.

Si bien no le preocupaba su seguridad, sólo le ponía tenso el pensar en que tal vez jamás volvería a ver a su hermanita. Eran muy unidos.

Segundos después la zona retumbó con un gigantesco trueno que casi le paralizó el corazón. Sentía la boca seca, y las manos congeladas. Mal indicio ya que debía estar atento, y claramente el miedo comenzaba a invadirlo.

Al llegar a la entrada de la cueva sacó su linterna y alumbró hacia el interior. Su caminar fue pausado, poniendo especial atención a los sonidos. Avanzó hacia el interior intentando iluminar todos los rincones. Sabía que era imposible verlo todo, pero debía al menos abarcar lo más posible.

Un nuevo trueno a la distancia, lo hizo girar hacia el interior de la cueva. Ahora se veía lejos ¿Tanto había caminado?, volteó hacia el interior y prosiguió su camino. Tres minutos más tarde se enfrentó a una decisión que debía tomar: ¿Izquierda o derecha?

La cueva se dividía en dos y claramente su destino dependería del camino que decidiera seguir.

Avanzó por el lado derecho, su instinto lo llevó por ese lugar, o el olor quizás, porque el aroma que emanaba desde allí era intenso, podrido, repulsivo hasta provocarle arcadas. Tenía el mismo olor nauseabundo de aquella alcantarilla en la que unos años atrás intentó meterse para hacerse el héroe frente a su hermana menor. La pequeña había estado jugando toda la mañana en el parque frente a su casa. Él estaba a su cargo, mientras su madre compraba en el supermercado. Su padre se encontraba fuera de Santiago, por trabajo.

Leía un libro, y a ratos alzaba la vista y miraba por el ventanal que daba justo hacia el pequeño parque en el que su hermana jugaba. Desde allí la podía ver perfectamente. Si no hubiese tenido que estudiar esa mañana de domingo, sin duda estaría con ella jugando en vez de estar ahí leyendo y haciendo anotaciones en su cuaderno. Le encantaba hacerla reír. Pero en esos momentos no podía, por eso la había dejado salir un rato. "Donde mis ojos te vean", le había dicho, repitiendo las mismas palabras que su madre le decía cuando él era chico.

Ya llevaba casi una hora y media leyendo sobre ética profesional. Tal vez era bueno un momento de descanso. Cerró el libro y miró a través del ventanal. Su hermanita no estaba. Inmediatamente se levantó de su silla. Un grito lo alarmó y salió de la casa. Su corazón se aceleró. Al mirar hacia un sector, vio a su hermana arrodillada junto a la solera. Corrió hacia ella intentando descifrar lo que podría haberle pasado. «Mi mamá me va a matar si algo le ocurre a Camila» pensó.

Al llegar junto a ella vio que su hermana se encontraba bien. Sintió alivio.

- ¿Por qué gritaste?

- Se me cayó «Mono» por aquí.

La niña apuntó hacia la rejilla de la alcantarilla. Miró hacia donde señalaba su hermana y vio que tenía un agujero no muy grande por el cual se había caído el pequeño simio blanco de peluche. Camila amaba aquel peluche que le había traído su padre de uno de sus viajes.

- Ayúdame a sacarlo, hermanito.

Jaime sin dudarlo, se tiró sobre el pavimento y miró por entre la rendija. Si bien no vio nada, intentó sacar la rejilla para introducir un poco su cuerpo. El olor era tan desagradable que inmediatamente se arrepintió, pero él como hermano mayor, no podía mostrarse cobarde frente a su hermana. Le sonrió y volvió a intentarlo, por fin removió la rejilla y entonces sólo le quedaba la parte desagradable. Se comenzó a deslizar lentamente, primero ingresando su cabeza hasta que el llamado de su madre lo salvó.

La reprimenda, segundos después, no le importó mucho, al menos no había tenido que introducirse completamente por la alcantarilla.

Su hermanita en tanto se entristeció, y la única forma de sacarla de ese estado, fue invitarle un helado.

Por la noche, cuando estaban todos dormidos, volvió al lugar y alumbrándose con una linterna introdujo medio cuerpo por la alcantarilla y con un palo logró sacar el peluche que había quedado enredado entre unas ramas y alambres. Lo lavó y lo secó. Después lo dejó apoyado en el velador de su hermana y se fue a dormir.

Un extraño chillido le hizo volver al presente, justo cuando la linterna comenzaba a fallar. «Parece el guión de una película».

Dio algunos golpecitos al artefacto hasta que inevitablemente la luz se apagó por completo. Intentó tranquilizarse, concentrándose en su respiración. El silencio del lugar era absoluto, al punto que cualquiera que estuviera con él en esos momentos, habría escuchado como palpitaba su corazón.

Lo que vio después frente a él, lo dejó perplejo. Dos ojos amarillos lo observaban a cierta distancia. Tragó saliva. Trató de convencerse que se trataba de algún animal. Pero sus palpitaciones se aceleraron. Ya no eran dos sino seis ojos que lo observaban, y cada segundo aparecía un par más. De un momento a otro comenzó a salir vapor de su boca. Su cuerpo tembló. Cuando quiso girar y salir de ahí, sus piernas no le respondieron. Era miedo. Algo se encontraba tras él, y no tenía nada con qué defenderse. Ningún arma, cuchillo, revólver, lo que fuera. Estúpidamente nunca pensó en ir armado.

Cerró los ojos para entregarse a su suerte, pero cambió de opinión e inmediatamente los abrió. No podía terminar así. No se rendiría tan fácilmente. Respiró profundo y se movió. Giró sobre sus talones y descubrió que también lo habían estado observando a sus espaldas. Sin dudarlo más, tomó aire y emprendió la carrera. El chillido gutural que sintió fue seguido por un enorme eco, y luego un nuevo chillido esta vez más fuerte y largo.

Corrió lo más rápido que le permitían sus piernas, sintiendo que cientos de pasos lo seguían para darle alcance. Sin mirar atrás se devolvió por el mismo lugar en que minutos antes había caminado.

Cuando parecía que el aire le faltaba, logró ver la entrada a la cueva. Quedaba poco, tal vez se había equivocado al pensar que moriría esa tarde. La esperanza volvió a él, generando más energía en su loca carrera por salir de aquel lugar. Quedaba menos, ya podía oler la tierra mojada fuera de la cueva. Y entonces ocurrió lo que al parecer estaba destinado desde un comienzo.

El golpe en sus pantorrillas fue rápido y certero. Le provocó un gran ardor de manera inmediata. No pudo evitar caer al suelo y giró rápidamente para quedar de espaldas mientras. Estaba seguro de que algo le había cortado las piernas. Se inclinó para mirar y vio que estaba equivocado. Sus piernas seguían donde siempre. Algo subió sobre su pecho y le quedó mirando. El observó aquellos ojos indescriptibles. Se sintió rodeado por varios, no, por decenas o tal vez eran cientos. No quiso pensar en ello. Lo último que vio fue el rostro de quienes lo atacaban en ese momento. Porque sí, era extraño, pero brillaban de una manera tenue, pero suficiente para poder verlos. Estaban tan cerca que pudo sentirles su respirar. El más próximo a él tenía sus ojos frente a los suyos. Lo miraba fijo. Cuando aquello dejó ver su sonrisa diabólica, entendió que lo mejor, era cerrar los ojos y pensar por última vez en su hermanita.

Valle Las Trancas, Octava Región (Año 2018)

Comúnmente la época estival suele ser la más apetecida para poder conocer lugares del sur de Chile. Si bien los turistas llegan todo el año a diversas ciudades del país, la estación veraniega entrega un clima bastante menos lluvioso para recorrer los hermosos parajes sureños.

El actual verano se estaba presentando con temperaturas en promedio de 28 grados Celsius en la región, y transcurrida ya la primera quincena de enero, el clima daba señales que seguiría así hasta el mes de marzo. Por eso había sorprendido a todos los lugareños, la tormenta nocturna que se había dejado caer en el valle, y más aún el sol que brillaba en esos momentos como si nada hubiera ocurrido la noche anterior. Era un poco contradictorio, pero el fenómeno había servido para dejar el aire mucho más puro que lo habitual.

Daniela Briones respiró una profunda bocanada de aire y luego suspiró.

- Como pueden ver más adelante, a unos dos kilómetros de acá -señaló con su dedo índice-, se encuentra la "Cascada Fantasmal". Allí es donde descansaremos y procederemos a almorzar.

El grupo de turistas avanzaba lentamente, montados a caballo abriéndose paso por entre los árboles en un nutrido bosque a orillas de del río. Se encontraban cercanos al lago Lo Oculto. Sólo se habían detenido para que pudiera dar las explicaciones al grupo turístico que la seguía.

- ¿Por qué se llama Cascada Fantasmal? -preguntó una turista española.

La joven guía sonrió, sabía que en algún momento alguien preguntaría la razón del nombre de aquella cascada. Llevaba dos años desempeñándose como guía de turismo aventura para el Hotel de la zona, ubicado en la octava región, en el fructífero pueblo de Valle Las Trancas, y durante todo aquel tiempo, en cada excursión que le había tocado guiar, ninguna se había librado de que alguien preguntara por el origen del nombre de la cascada.

Valle Las Trancas era un lugar que tan sólo hasta hace unos diez años atrás, había comenzado a salir adelante gracias al turismo. La gente lo visitaba por sus paisajes y principalmente por sus múltiples leyendas, que día a día se iban haciendo más conocidas en toda la octava región.

- La leyenda es muy antigua -comenzó diciendo seriamente Daniela. Todos la miraban atentos-. Se dice que, en las noches de luna llena, si una persona se acerca a la cascada, puede ver figuras fantasmales alrededor de ella. Ahora, el problema es que si esas figuras descubren a la persona... -Hizo una pausa para poner un poco de suspenso a la historia- Esta persona es capturada por los fantasmas y la hacen desaparecer para siempre. Nunca más se sabe de ella.

- Pero es sólo una leyenda ¿Verdad? -preguntó un turista, con una mezcla de acento francés.

- Claro -afirmó Daniela -. Aunque se debe tener en consideración que las leyendas, siempre tienen algo de verdad. Al menos esa es mi creencia. Ahora prosigamos el viaje hacia la cascada, allí almorzaremos.

Daniela reanudó la marcha de su caballo y las quince personas a las cuales guiaba, hicieron lo propio, tras ella.

Tras el almuerzo al aire libre, tuvieron un tiempo para descansar.

Algunos turistas tomaban fotografías de todo lo que había alrededor. Un ave que volaba veloz entre los árboles, una mariposa entre los arbustos, algunos conejos que se intentaban ocultar si sentían alguna amenaza.

Daniela los observaba sonriente. Los que más le divertían eran unos japoneses. No habían parado de sacarle fotos a todo, incluso a la tierra. Los turistas eran casi todos extranjeros, salvo la pareja de recién casados. Ellos venían del norte de Chile, a pasar su luna de miel. La media de edad del grupo no pasaba de los cuarenta y cinco años. Se podía decir fácilmente que aquellas personas estaban dentro de lo que se denomina "adulto-joven".

Observó su reloj, eran las tres y media de la tarde. A las cinco debía emprender con ellos el viaje de vuelta al complejo turístico, para que pudieran descansar en el hotel, tomar un baño y luego cenar. Sólo cuando se paró para emprender la marcha descubrió que en el grupo faltaba alguien. No se había dedicado a contarlos, sin embargo, ahora al hacer un rápido cálculo, confirmó que faltaba una de las turistas españolas.

El repentino grito a lo lejos la alarmó.

Algunos turistas se quedaron petrificados con los alaridos de una mujer. Daniela se paró rápidamente de la roca en la que estaba sentada y comenzó a correr internándose en el bosque, lugar del cual provenían los gritos. Al instante tres hombres del grupo la siguieron.

Corría esquivando arbustos y ramas de árboles. Magullándose los brazos y las piernas. Sintiendo que su corazón se aceleraba más producto del miedo, que de la agitación propia de la carrera. Deseaba encontrar pronto a la persona que había gritado, aunque estaba segura de que se trataba de la mujer española que faltaba en su conteo.

Jamás se le había perdido o accidentado un turista en las excursiones que había guiado. Pero Daniela tenía muy claro que la posibilidad estaba siempre latente. Los accidentes ocurrían principalmente por negligencia de los propios turistas, que no hacían caso a las recomendaciones de los guías. Y nunca era algo muy grave. Tan sólo esguinces de tobillo, rasguños y otras cosas leves. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a que ésta fuera la primera vez que sucediera algo así en su grupo.

Al traspasar una mata de arbustos y llegar a una planicie, Daniela sintió una profunda sensación de alivio. La mujer española se encontraba sentada en el musgo, de espaldas a ella, con las piernas cruzadas. Al menos no le había pasado nada grave. Seguramente vio un insecto extraño o algún bicho y eso la asustó. Pero algo así ¿provocaría esa clase de gritos?

Algo extraño estaba pasando.

Sintiendo que la preocupación comenzaba a reanudarse, caminó lentamente hasta la mujer, la tomó del hombro y le habló:

- ¿Te encuentras bien?

Ella no respondió.

Daniela se colocó frente a la mujer y volvió a hacerle la pregunta por si la primera vez no le hubiese escuchado, pero la mujer siguió guardando silencio. La joven enarcó una ceja, extrañada. Al observar bien a la mujer, comprendió que algo raro le ocurría. La turista miraba hacia un punto lejano, y no pestañeaba. Daniela puso su mano frente a los ojos de la turista y la movió arriba y abajo rápidamente. Pero ella no reaccionó.

Los tres hombres que habían seguido a Daniela llegaron al lugar. Se veían cansados. Al instante uno de ellos preguntó qué había pasado.

- No lo sé -dijo, angustiada-. No tiene ningún rasguño ni señal de haberse caído o golpeado. Sólo la encontré aquí sentada, sin moverse ni pronunciar palabra. Debe estar en un estado de shock.

- ¿Shock? Pero ¿Por qué? -preguntó otro de los turistas.

- No tengo idea -dijo-. Tal vez vio algo que la puso en este estado. Miró a los turistas y luego recorrió el bosque con su mirada. Todo aquello era muy extraño. Por más que pensaba y analizaba la situación, no podía imaginar qué le había ocurrido a la mujer. Pero había que hacer algo rápido -Llamaremos al helicóptero de rescate -agregó...

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J. A. Fernández - Derechos Reservados / jorge.fernandez.a@outlook.es / @j.a.fernandez.escritor
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