Sucedió en el Agua (Cap. 7)

15.01.2019

Capítulo 7

El Cuero

No sé si alguna vez habrás oído respecto a lo que te voy a contar. Al menos yo, siempre creí que se trataba de una creencia popular antigua, traspasada de generación en generación.

Aquel verano del 87, ya era de noche cuando mis padres volvieron con mi hermano del médico. Le habían diagnosticado esguince de tobillo. Pero no le pusieron yeso. Sólo lo vendaron y le pasaron muletas.

Con mis primos habíamos armado una fogata y nos encontrábamos sentados alrededor de ella contando historias de terror. Mi hermano se acercó despacio para no interrumpir y se sentó a mi lado.

Mi primo Adolfo estaba terminando de contar su historia de una leyenda urbana en la que una pareja de novios se encontraba en su auto, solos en el bosque y luego de oír unos ruidos extraños, él bajó a ver lo que estaba ocurriendo. Tras unos minutos de espera, la muchacha sintió unos golpes terribles en el techo del vehículo y luego de gritar, se decide a salir y al mirar hacia el techo del auto ve el cuerpo de su novio sin cabeza. Pero golpeaba el techo del auto con algo que tenía entre sus manos. Al observar bien la muchacha grita de horror. Lo que aquel cuerpo tiene entre sus manos, es la cabeza de su novio.

Aquella historia ya me la sabía de memoria así que no le puse mucha atención. Me interesaba saber cómo estaba mi hermano.

- ¿Cuánto tiempo vas a estar así?

- Me dijeron que una semana por lo menos. Me prohibieron ir a las compuertas.

- Pucha lo siento hermanito. Tendrás que aguantarte.

Adolfo terminó de contar la historia y mis primos menores tenían los ojos muy abiertos por el impacto que les había causado el final.

- ¿Quién cuenta otra?

Todos se miraron expectantes. La idea era que cada historia que seguía, fuera más aterradora.

- Yo les contaré una

La voz había sonado a mediana distancia. Al mirar hacia la casa vi que mi abuelo se acercaba. En sus manos traía su banca regalona. Todos lo observamos en silencio cuando llegó junto a nosotros y se sentó en ella, frente a la fogata.

La luz que irradiaban las llamas de la fogata y se reflejaban en el rostro de mi abuelo, me hicieron sentir nervios.

- Haber, si se creen tan gallitos poh -dijo mientras todos lo mirábamos expectantes. Sabíamos que sus historias eran las mejores-. Yo les voy a contar una historia wena, wena. De esas que de verda' que han miedo. Y no como esas cagás que estaban contando de urbana...urbana ¿Cómo es que le llaman?, ah ya me acordé, leyenda urbana.

Con aquella introducción no había más que escucharlo, así que nos acomodamos y pusimos atención. De fondo sólo se escuchaba el crepitar del fuego, y algunos grillos a lo lejos. Con el puro sonido de fondo a mí ya me había causado miedo. Mi abuelo esperó unos segundos, supongo que para darle suspenso a la historia. Al rato habló:

-Lo que les voy a contar pasó aquí cerca, en el río que pasa como tres casas más allá ¿Han escuchado del cuero? Supongo que no, bueno de eso se trata esta historia -carraspeó para aclarar su garganta-. El cuero no es más que el pellejo de un animal que cuando lo han dejado abandonado en el agua, cobran vida ¿Por qué? Ni me pregunten porque eso jamás lo he escuchado en los 60 años que llevo de vida. El asunto es que los cueros andan flotando en el agua, pero a veces salen a tomar sol a las orillas de los ríos o lagos. Entonces la gente pava que anda por ahí, sin saber que el cuero está vivo, decide recostarse sobre él y ahí es donde el condenao' se aprovecha y envuelve a la persona y se la lleva al agua donde le chupa todita la sangre y la mata -nos quedó mirando, esperando alguna pregunta, y al ver que nadie habló, decidió seguir hablando-. El asunto es que ustedes conocen a la Meche, la señora que vende queso ahí en la casa de la esquina. Y todos siempre han sabido que ella perdió un hijo hace años atrás. Lo que no saben es como lo perdió. El niño era casi guagüita, apenas caminaba el mocoso. La meche se le ocurrió ir con él a la orilla del río pa' lavar la ropa. Se fue entonces como lo hacía cada martes, a la orilla del río junto a una piedra grande y plana que siempre la ocupaba pa' escobillar. Siempre hacía lo mismo los martes, y siempre iba al mismo lugar. Pero esta vez había algo diferente. La meche vio que en la orilla había un cuero de animal, así que aprovechó de dejar a su hijo sobre él para que no se ensuciara. Ese fue su error... su gran error.

Mi abuelo se quedó pensativo un rato y todos empezamos a desesperarnos porque siguiera su historia. En un momento creí que se había dormido y nos había dejado intrigados. Se me pasó por la mente tomar una piedra y arrojársela para despertarlo. Ya tenía una en mi mano cuando mi abuelo volvió a hablar:

- La meche jamás lo imaginó -dijo-. No se dio cuenta de nada hasta que el cuero enrolló completamente al niño y comenzó a arrastrarlo hasta el agua. La meche gritó desesperada, intentó agarrar el cuero, pero se les resbalaba de las manos. Del interior del cuero empezó a brotar sangre, tal vez del niño que era apretado cada vez más. La meche pedía ayuda a gritos, pero nadie la escuchó. Vio con horror como el cuero se adentraba en el agua y luego se sumergía desapareciendo ante su vista. Del cuero y del niño no se supo más.

Cuando mi abuelo terminó su historia, yo me sentí intranquilo. Era tan formidable la forma en que había relatado aquella historia que en realidad no supe si era verdad o mentira. Tal vez mi abuelo le ponía parte de su cosecha para que sonara muy verídica. Miré a todos mis primos y cada uno tenía una expresión distinta, pero que reflejaba temor.

A la distancia se escuchó el extraño cantar de un pájaro que no hizo más que acrecentar el ambiente de suspenso que había entre nosotros.

- ¿No hay forma de matar al cuero?

La pregunta de mi prima Carolina tal vez fue en representación de todos los presentes que nos habíamos preguntado lo mismo, pero en silencio.

- Por supuesto que la hay -dijo mi abuelo-. Debes arrojar al agua un cactus o alguna rama con espinas. Eso hará que el cuero enrolle la rama y al apretar fuerte se clavará las espinas y se desangrará. Otra cosa un poco más difícil sería secar la laguna o lago donde haya un cuero y así recogerlo una vez que no haya agua. Pero eso jamás se ha hecho... ¿Y les gustó la historia?

- Sí abuelo -dijeron mis primos más chicos.

Mi mamá que se había quedado cerca de la fogata miró su reloj y decidió que ya era hora de acostarnos a todos así que comenzó a acarrearnos hacia la casa. Yo me quedé con mi abuelo para apagar la fogata. Dudé durante varios segundos hasta que reuní valor para hacerle una pregunta:

- Abuelo ¿Qué tan cierta es la historia que nos acabas de contar?

Recuerdo que mi abuelo me quedó mirando fijamente con una sonrisa en sus labios y me atrevería a jurar que sus ojos brillaron de una manera distinta, casi diabólica.

- Es cierta -dijo-. Tiene algunas cositas extras, pero sólo te puedo advertir que, si van a las compuertas, nunca dejes a tus primos más chicos solos y, sobre todo -me dio una palmadita en el hombro-, no se pasen de las ocho de la tarde estando en el agua. Es el momento en que el cuero sale a buscar comida. Por eso siempre les hemos pedido que regresen antes de esa hora...

J. A. Fernández - Derechos Reservados / jorge.fernandez.a@outlook.es / @j.a.fernandez.escritor
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