Sucedió en el Agua (Capítulo Final)

28.05.2019

Capítulo 9

El Reencuentro

Eran casi las nueve y media de la noche cuando Cristóbal llegó a la casa de sus padres. Y ya llevaba un minuto indeciso. Abrió la puerta de la habitación pese a estar no muy convencido de entrar en ella. Adentro lo esperaba su padre a quien no veía hace muchos años. Una mano se posó en su hombro. Giró su cabeza y vio a Maritza invitándolo a vencer su temor. Le sonrió y se decidió a pasar a la habitación. Su padre estaba recostado en su cama. Su rostro se veía demacrado y muy pálido. Al parecer le costaba respirar. Parecía un anciano de cien años, pero apenas rozaba los setenta y cinco. Aquel hombre lo quedó mirando y con su mano lo invitó a acercarse.

- Hola papá.

- Hola hijo -hablaba con un poco de dificultad, pero se le entendía bien lo que decía-, me alegra mucho verte... después de tanto... tiempo.

- A mí también, aunque debería haber venido mucho antes.

Cristóbal no pudo evitar romper en llanto y dejarse caer arrodillado al lado de la cama. Sus lágrimas mojaron el cobertor. Segundos después sintió la mano de su padre acariciándole el pelo.

- Tranquilo Cristóbal... todo sucede... por algo. Ahora lo sé. Siempre dijiste la verdad.

Cristóbal alzó su cabeza y miró directo a sus ojos. Lo que acababa de oír ¿de verdad lo había dicho? ¿o había sido su imaginación? Su padre le sonreía con dificultad. Pero se notaba un gesto espontáneo y sincero de su parte.

- Hijo, acerca esa silla. Debo contarte algo -Cristóbal obedeció, se sentó junto a la cama y esperó de manera intrigada lo que su padre estaba a punto de contarle-. Te contaré esto de corrido, no me interrumpas. No me queda mucho tiempo y necesitas escucharme.

- Tranquilo papá, te escucharé en silencio.

- Cuando años atrás, tu abuela murió, pasaron algunos días y tu abuelo empezó a volverse loco. Hablaba del cuero, y que él había matado a tu abuela y a tu hermano -tomó una bocanada de aire para continuar-. Hijo, él pasaba horas callado y a veces mientras cenábamos... volvía a caer en un estado de locura y lanzaba los platos al suelo. Maldecía y nos gritaba de que debíamos ir a matar al Cuero. Dejó de comer, costaba lograr que se alimentara, aunque fuera un poco. Se puso flaco, su rostro se fue apagando. Fueron días muy oscuros y tristes, hijo. Fue tan terrible el ambiente que nos invadió que, en nuestra desesperación por ayudarlo, decidimos internarlo en una clínica. Pero un día antes de que vinieran a buscarlo se escapó. Lo buscamos por toda la casa y cuando vi que su caballo no estaba, entendí que había ido a Las Compuertas, así que tomé mi caballo y partí a la siga. Cuando llegué al lugar vi que el caballo de tu abuelo amarrado a un árbol. Hice lo mismo con el mío y caminé hasta Las Compuertas. Y ahí estaba, en uno de los muros mirando hacia el agua y con algo en sus manos que no pude identificar a primera vista. Me acerqué muy lento, con temor porque no tenía claro lo que pretendía mi padre.

- ¡Ven maldito! ¡Acércate!

Tu abuelo gritaba con furia mirando hacia el agua. Me puse nervioso, hijo. Caminé lento para no llamar su atención y asustarlo. No quería que cayera al agua. Cuando estuve más cerca pude reconocer lo que tenía en sus manos. Era un trozo de cactus, hijo. Recordé que en las historias que contaba, hablaba de que, para matar al Cuero debía lanzarle un cactus o un trozo de quillay. Eso era lo que tu abuelo pretendía. Llamar al supuesto Cuero para intentar "matarlo". Mi padre se había desquiciado, creyendo que sus historias eran reales. Eso pensé entonces... hasta que vi aquella cosa desplazarse sobre el agua y avanzar hasta los muros de la pequeña represa. Era oscura y parecía un verdadero cuero de animal flotando sobre el agua. Me estremecí al darme cuenta de que aquella criatura de verdad existía, pero más me estremecí cuando vi que mi padre lanzaba el cactus al agua y perdía el equilibrio. Su cuerpo se fue directo al agua. Yo me encontraba a unos pasos y salté hacia él. Logré tomarlo de un brazo justo antes de que cayera. Sus pies quedaron a unos dos metros de tocar el agua. Suspiré aliviado, pero mi respiración se cortó cuando vi que El Cuero se movía como un remolino y empezaba a elevarse parte de su textura, como formando un embudo invertido ¡Quería atrapar a tu abuelo!

Con desesperación me impulsé hacia delante, lo tomé del cinturón y luego me lancé hacia atrás, logrando levantarlo. Ambos caímos al suelo. Yo me levanté y me quedé sentado, mirando con terror aquella criatura. Parecía como si de alguna forma nos observara. Nunca tocó siquiera el cactus, sólo se quedó ahí, quieto unos segundos. Después se fue hasta perderse. Tu abuelo no la vio, se quedó tumbado de espaldas y hasta el día de su muerte, un año después, creyó que había matado esa cosa. Yo me encargué de hacerle creer eso. Fue la única forma que descansara mentalmente, y al menos así, pudo irse en paz.

Cristóbal tragó saliva. Tenía los ojos muy abiertos por el relato que acababa de escuchar.

- Entonces lo viste.

- Sí hijo, y sé que todavía está allá, esperando. Hace una semana atacó nuevamente, a un Scout.

- ¿Estás seguro?

- Todo indica que fue esa cosa. Pero no encontraron nada. Yo sé que tú la hallarás y acabarás con ella.

- Confío y creo en ti, hijo. Algo que siempre debí hacer. No como esa vez en que te aparté y sólo cuando la vi con mis propios ojos comprendí que todo era cierto y no se trataba de tu imaginación. Pero no me atreví a reconocer mi error. Fui un cobarde porque sólo ahora que estoy agonizando, pude enfrentar mis miedos y atreverme a pedir que vinieras. Lo siento, hijo. Debí creerte siempre. Necesito pedirte perdón.

Cristóbal vio que su padre lloraba arrepentido por haberlo alejado tantos años de su lado.

- Papá, te perdono. Entiendo que no me hayas creído. Tal vez en tu lugar yo tampoco lo hubiese hecho.

Se acercó a él y lo abrazó muy fuerte. Nuevamente lloró junto a su padre. Tenía sentimientos encontrados. Felicidad de reencontrarse junto a él, pero tristeza y dolor porque aquella cosa seguía allá afuera.

- Tienes que ir a matarla -le susurró al oído su padre-, prométemelo.

- Te lo prometo papá

Cristóbal sintió que su padre dejaba de abrazarlo y se apartó de él. Quiso decirle algo más, pero entendió que padre había dado su último suspiro y ahora descansaba junto a su abuelo.

Se quedó inmóvil junto al cuerpo de su padre. Pasaron varios segundos hasta que Maritza entró a la habitación y caminó despacio hacia él. Le tomó la mano.

- Ya está descansando, y lograste despedirte.

Cristóbal alzó la mirada hacia ella e improvisó una leve sonrisa de agradecimiento por sus palabras. Se paró, miró la hora en su reloj y luego tomó las manos de su esposa entre las suyas.

- Debo ir a matar esa cosa -dijo, y se marchó de la habitación, ante la mirada preocupada de Maritza.

Cuando media hora después, Cristóbal inflaba un bote de hule, lo más rápido que podía, sintió como una especie de dejavú. Chollo, el caballo de su padre, lo miraba a la distancia, donde había quedado amarrado a la rama de un árbol. En su rostro se veía una expresión casi de despedida.

Cristóbal trató de apurarse para terminar con la labor de inflar el bote y meterse al agua. Cuando estuvo listo, el sol ya se ocultaba detrás del cerro. Algo le decía que no sería necesario ir en búsqueda de El Cuero... porque vendría por él.

Sin perder tiempo, envolvió en una manta el trozo de cactus que había cortado camino a Las Compuertas y lo puso sobre el bote. Hizo lo mismo con los remos. Luego tiró todo al agua. El bote quedó flotando.

- Nos vemos en un rato, Chollo.

El caballo de su padre movió la cabeza hacia arriba y abajo. Luego relinchó, como para hacerle ver que le entendía.

Sin pensarlo, Cristóbal llenó de aire sus pulmones y se lanzó de piquero al agua. Nadó rápido hacia el bote y se subió a él. Esperó unos segundos para calmar sus respiración. Tomó los remos y comenzó a avanzar por el agua hacia el interior del pequeño embalse. A cada segundo se iba alejando más de las compuertas de metal. Hasta ahora lo único que sentía era rabia y sed de venganza. Por su mente en ningún momento se había alojado una cuota de temor.

Ya estaba a medio camino de la curva. Casi en el lugar exacto en que años atrás Amanda se había sacrificado, lanzándose al agua para salvarlo a él y a su prima. Aun sentía un dolor en su pecho al recordar la escena... los gritos... el silencio posterior. La policía buscó por días los cuerpos de Amanda y de su hermano, pero no hallaron ningún rastro. Él sabía que eso sucedería porque había sido testigo de lo ocurrido, aunque nadie le creyera. Sólo su abuelo lo abrazó aquella noche y le dijo que él sabía que decía la verdad.

Cerró los ojos e intentó sacar aquel recuerdo de su mente. Esperó, en calma, sintiendo la brisa que a ratos lo entumecía. Oyendo el cantar de algunos pájaros a lo lejos. El sonido de las hojas de los árboles. Se concentró en su respiración «tome una bocanada de aire profunda y refrescante» le habría dicho la aplicación de meditación que tenía instalada en su teléfono móvil, y que escuchaba cada noche. Llegó a tal punto de concentración que sólo podía oír su respiración lenta y pausada.

La intuición y una descarga de adrenalina le hicieron abrir los ojos. Al instante lo vio. El Cuero avanzaba pasado la curva e iba directo hacia él. Sabía que debía actuar rápido, pero con tranquilidad. Tomó la manta que envolvía el cactus y comenzó a desenrollarla. A su espalda sintió un grito de alguien conocido. Aquella voz era inconfundible para él. La había oído muchas veces durante su vida. Fue ese el momento exacto en que descubrió como se siente el verdadero terror. No aquel que provocan las películas, ni un relato de suspenso o un buen libro de Stephen King. Este terror sobrepasaba todo, porque no lo provoca el peligro que te acecha a ti, sino el peligro que corre quien más amas.

Un nuevo grito le hizo temblar. Era otra voz también conocida. Sus piernas comenzaron a temblar. Volteó a mirar y descubrió que no se había equivocado. Sus dos hijos le saludaban y gritaban a la distancia. Estaban sobre otro bote inflable y comenzaron a remar hacia donde estaba él. No podía creer lo que veía, pestañeó varias veces para que desaparecieran de su vista, porque no tenía sentido todo aquello. Matías y Lucy no podían estar allí. Su imaginación le estaba atacando con todo. Tal vez producto del miedo a lo que estaba a punto de enfrentar.

Cuando la imagen de sus hijos sobre el bote se fue haciendo más nítida en la medida que se acercaban, comprendió que daba lo mismo cómo habían llegado hasta ahí y por qué. Debían salir de ese lugar.

- ¡Devuélvanse! ¡Váyanse de aquí! -gritó desesperado. El Cuero había cambiado de rumbo y ahora iba en línea recta hacia sus hijos. Estaban en peligro y debía actuar rápido- ¡Hijo de puta! ¡Es a mí a quien quieres! ¡Ven mierda!

No funcionó. Los gritos no llamaron su atención. El Cuero iba sí o sí por sus hijos. Ellos quedaron sorprendidos al ver aquella cosa flotando en el agua.

- ¡Matías saca el bote del agua!

Sólo al escuchar su nombre el joven reaccionó. La expresión de su rostro cambió de pronto y pasó al miedo. Tomó el remo y empezó a dirigir el bote hacia la orilla. Pero El Cuero no se rendía y lo siguió.

Cristóbal avanzó hacia sus hijos remando. Su respiración estaba muy agitada. Ya estaba cerca de ellos, pero sintió que su corazón se paralizaba al ver que El Cuero rozaba el bote de los niños. Las miradas de Lucy y él se encontraron. Cristóbal pudo contemplar el horror en ella. En cualquier momento aquella maldita cosa podía desestabilizar el bote haciendo caer a sus hijos. Esto no podía terminar así, no era justo. Ellos no tenían por qué sufrir. Tenían todo un mundo por delante.

A su mente llegaron los recuerdos más maravillosos de la relación que tenía con sus hijos. Siempre atentos, siempre cariñosos y alegres. Su vida había cambiado desde que ellos llegaron. Eran lo más importante para él.

Miró el trozo de cactus y supo lo que debía hacer. Se agachó y lo tomó con cuidado desde un extremo. Se incorporó y miró a su hija guiñándole un ojo.

- ¡Mira hacia delante hija! ¡No dejaré que nada malo les pase! ¡Los amo!

- ¡Yo también papá!

Lucy volteó. Ese era el momento que debía aprovechar. Se lanzó al agua con un grito. El Cuero se detuvo y luego giró avanzando hacia él. Lo había logrado, sus hijos estarían bien. Acababa de hacer lo mismo que Amanda por él, años atrás. Sacrificarse.

El Cuero se abalanzó sobre él y decidió cerrar los ojos, no sin antes abrazar el trozo de cactus. Sintió las puntas clavarse en su pecho y también algo gelatinoso que se posaba sobre él, mientras flotaba en el agua. Al instante un terrible ardor que comenzaba a invadirle. Recordó a Amanda y a su hermano. Ellos habían experimentado la misma sensación que se encontraba viviendo él en esos momentos. Lo peor era que esa sensación pronto lo invadiría en todo el cuerpo. Pero trató de calmarse, sabía que acabaría pronto. Sólo debía esperar para dejar de sufrir. Segundos después escuchó un chillido fuerte como de un ratón ardiendo en llamas. La sensación de ardor se alejó de su brazos. Le pareció extraño así que abrió los ojos.

No pudo creer lo que veía. El Cuero había envuelto por completo el cactus y chillaba intentado despegarse de él. Se agitaba desesperado sin poder lograrlo. Sus movimientos se iban haciendo cada vez más lentos.

Cristóbal se miró los brazos y vio que tenía la piel como si se hubiese quemado. Los sentía un poco adormecidos pero podía moverlos. Sin pensarlo un segundo más nadó hasta el bote y se subió. Desde allí pudo ver que El Cuero ya casi no se movía. Se había convertido en una especie de tronco gelatinoso lleno de púas. Sus movimientos se fueron apagando junto con su chillido, hasta que al final cesaron. Se acercó a él y con el remo lo movió, pero la criatura no hizo ningún movimiento. Había muerto. Levantó su vista y miró hacia la orilla del embalse. A la distancia y ya en tierra firme, sus hijos miraban hacia donde él se encontraba. Alzó su mano y los saludó, aliviado.

J. A. Fernández - Derechos Reservados / jorge.fernandez.a@outlook.es / @j.a.fernandez.escritor
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